(Publicado en los diarios Por Esto! de Yucatán y Quintana Roo. Viernes 27 de junio de 2014)
Por Juan José Morales
A todos aquellos que cada vez que entran al mar miran en todas direcciones temiendo ver acercarse velozmente la aleta de un tiburón, sin duda les interesará conocer las estadísticas 2013 dadas a conocer por el Registro Internacional de Ataques de Tiburón —o RIAT si se prefieren las iniciales— que mantiene el Museo de Historia Natural de Florida.
En total, durante el año pasado se documentaron 125 casos que pueden catalogarse como ataques de tiburones a seres humanos. Pero de ellos, únicamente 72 se consideraron no provocados, en el sentido de que ocurrieron en el medio natural sin que la persona afectada hubiera provocado de alguna manera al animal. De los 53 casos restantes, 28 se catalogaron como provocados por haber ocurrido después de que el tiburón fue arponeado, al sacarlo de una red de pesca o desengancharlo del anzuelo, cuando alguien intentó sujetarlo, mientras estaba siendo alimentado por turistas, y en situaciones parecidas. El resto cae en diversas categorías: ataques de animales confinados en acuarios o estanques de diverso tipo, contra botes, cadáveres de ahogados, etc.
La mayor parte de los ataques —34 en total, que significan casi la mitad— ocurrieron en aguas continentales de Estados Unidos, otros 13 en Hawai, que es también parte de Estados Unidos, 10 en Australia, cinco en Sudáfrica, tres en la isla de La Reunión en el Océano Índico, dos en Jamaica y los demás en diferentes lugares, con sólo un caso en cada ocasión.
Esa cifra de 72 ataques no provocados está por debajo de los 81 ocurridos en 2012, y de los registrados en los dos años anteriores a este último. Sin embargo, en líneas generales a nivel mundial el número ha estado aumentando de manera sostenida —aunque lentamente— durante más de un siglo, desde 1900 hasta la fecha. Pero ello no debe causar alarma. En primer lugar, porque el incremento es mínimo, y en segundo término porque resulta natural que así haya sido si se considera que la población mundial se ha más que cuadruplicado en ese lapso, pasando de 1 650 millones en 1900 a 7 200 millones en la actualidad.
Y no sólo hay cada vez más seres humanos —y por tanto más víctimas potenciales de un ataque de tiburón—, sino también cada vez más gente que se mete al mar, con fines recreativos o de trabajo. Hace cien años, sólo un reducido sector de la población podía darse el lujo, ahora accesible para muchísima gente, de viajar a la playa y tomar baños de mar. Y ni qué decir de la cantidad de personas que ahora realizan trabajos de buceo y practican deportes acuáticos desconocidos hace un siglo, como el acuaplanismo, la tabla vela o el buceo autónomo.
Pero, sobre todo, lo que ha habido en los últimos tiempos, es un mayor y mejor registro estadístico. Gracias a la cooperación internacional entre centros de investigación y autoridades de diferentes países, así como a las comunicaciones más rápidas y eficientes, actualmente se puede saber de incidentes con tiburones ocurridos prácticamente en cualquier lugar del mundo, incluso en lugares aislados y remotos, como pequeñas islas del océano Índico o el Pacífico.
De modo, pues, que no hay que temer a los tiburones. No son bestias asesinas que ronden por las cercanías de las playas en busca de bañistas desprevenidos, y las posibilidades de terminar en las fauces de alguno de ellos son insignificantes. Es mucho más probable morir fulminado por un rayo o víctima de una reacción alérgica por picaduras de insectos.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
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